Las telas sintéticas de colores oscuros liberan más microplásticos en el océano al exponerse al sol
Investigación demuestra cómo los tintes púrpuras y verdes aceleran la liberación de microfibras con luz solar

La luz brillante sobre el mar esconde un problema sutil pero devastador. Lo que parece una simple camiseta puede convertirse, bajo el sol, en una fuente constante de microplásticos que envenenan los ecosistemas marinos. Una nueva investigación liderada por científicos de la Chinese Research Academy of Environmental Sciences y la Universidad de Ciencias de la Información de Nanjing revela cómo la radiación solar degrada las telas sintéticas, liberando miles de fibras invisibles en el agua.
Investigación demuestra cómo los tintes púrpuras y verdes aceleran la liberación de microfibras con luz solar (47.400 en 12 días).
Telas oscuras liberan más microplásticos
Sol + mar = fábrica invisible de contaminación
Microfibras, veneno silencioso en la cadena alimentaria
El tipo de tinte influye tanto como el color
Dificultad extrema para limpiar este tipo de residuos
Cambiar los diseños textiles: solución posible
Color y daño ambiental
El estudio demuestra que los colores más oscuros aceleran la fragmentación del poliéster. Las fibras púrpuras, por ejemplo, absorbieron más energía solar, provocando una reacción química que liberó más de 47.000 microfibras en menos de dos semanas. Este nivel de degradación representa lo que ocurriría tras un año de exposición en aguas costeras.

Lo que agrava el problema es que estos fragmentos microscópicos no se disuelven. Son ingeridos por plancton, crustáceos y peces, y entran en la cadena alimentaria sin barreras. El impacto va más allá de lo ecológico: también es sanitario. Se han detectado microplásticos en tejidos humanos, incluyendo pulmones, sangre y placenta. No son inocuos.
La luz solar rompe más que colores
La radiación ultravioleta no solo decolora las prendas. Rompe los enlaces químicos del plástico, debilitando su estructura. En presencia de oxígeno marino, estas rupturas generan sustancias ácidas y grupos carbonilos que dejan las fibras quebradizas. El vaivén de las olas y la sal terminan el trabajo.
No todos los tintes reaccionan igual. Los utilizados en telas púrpuras y verdes, compuestos de azo y nitro, absorben más luz UV y generan más radicales libres, responsables de la descomposición acelerada. Los tintes de colores más claros, como amarillo o azul, muestran una mayor resistencia porque reflejan parte de esa radiación.
Microfibras en la cadena alimentaria
Una vez liberadas, las microfibras no viajan solas. Actúan como imanes para contaminantes, absorbiendo metales pesados, pesticidas y compuestos orgánicos persistentes. Este cóctel tóxico es ingerido por organismos marinos y puede alterar su sistema endocrino, provocar inflamaciones y dañar sus funciones reproductivas.

No se degradan en décadas. Algunas partículas pasan de peces a aves marinas, y de allí a los humanos a través del consumo de mariscos. Su pequeño tamaño no significa bajo impacto: lo contrario. Su persistencia y capacidad de bioacumulación las convierten en una amenaza crónica.
Diseño de telas resistentes al sol
Este estudio pone el foco en un aspecto pocas veces discutido: la relación entre el diseño textil y la sostenibilidad ambiental. La elección del color y la composición del tinte no es solo una cuestión estética. Tiene efectos tangibles en la contaminación marina.
Los investigadores sugieren que los fabricantes prioricen tintes menos reactivos a la luz solar. También apuntan a que la densidad del tejido influye: las telas más sueltas se degradan de forma diferente a las más compactas. Cada decisión de diseño, desde el tipo de fibra hasta su gramaje, determina el destino final del textil una vez expuesto al entorno marino.
La luz solar como motor de contaminación marina
Sol y sal forman una combinación implacable. Las prendas que se secan al sol, ya sea en balcones urbanos o playas remotas, liberan fragmentos imperceptibles. El mar recoge lo que la ropa suelta. Así, sin darnos cuenta, contribuimos a una contaminación plástica difusa y persistente.
Este estudio revela que nuestros hábitos cotidianos tienen una huella oceánica real. No solo se trata del plástico de un solo uso. Cada prenda sintética, con cada lavado y cada día de exposición, sigue contaminando mucho después de que dejamos de usarla.

La dimensión invisible del plástico
A diferencia de las bolsas o botellas, estas fibras son invisibles al ojo humano. Por eso, su limpieza es prácticamente inviable. Están tan integradas al sistema natural que forman parte de los sedimentos, del plancton y hasta de la nieve marina que cae en el fondo del océano.
Los científicos describen este proceso como generación secundaria de microplásticos: una contaminación que no nace en la fábrica, sino por desgaste ambiental. Y es más difícil de prevenir porque ocurre de forma continua, silenciosa, inevitable… si no se cambia el sistema de producción.

